sábado, 3 de agosto de 2013

Aprendiendo de los más pequeños

Un estudio llevada a cabo por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) con niños y niñas menores de ocho años ha llegado a la conclusión de que los seres humanos desarrollan en edades tempranas la conciencia que les lleva a proteger el medio ambiente

El investigador José Domingo Villarroel ha analizado cuándo desarrollan estos sujetos la sensibilidad medioambientalEn efecto, no aceptan, por ejemplo, pisar una flor. 


Esa conciencia, además, puede presentarse antes de que sean capaces de diferenciar los seres vivos de los no vivos; es decir, antes de ser consciente de que la flor es un ser vivo, los niños o niñas pueden decir que está mal hacer daño a una flor.




En la investigación han participado 118 niños y niñas de 4 a 7 años de los colegios públicos de Plentzia, Urduliz y Sopelana, a los que el mismo Villarroel ha entrevistado. Según ha comentado, "el trabajo ha sido costoso, pero muy bonito, y, además, los resultados han sido llamativos”.



Cada entrevista constaba de dos partes. La finalidad del primero era analizar la capacidad de los niños y niñas para diferenciar los seres vivos de los entes inanimados. A los niños y niñas se les enseñaban ocho fotografías, de las que cuatro eran primeros planos de seres vivos: un perro, un pájaro, un árbol y una flor; las otras cuatro eran de entes inanimados: el sol, las nubes, un coche y una moto. “Al mostrar cada una de las fotografías, les preguntaba que veían: un ser vivo o un ser que no estaba vivo”.
Las imágenes utilizadas en la segunda parte de la entrevista representaban comportamientos inadecuados, y todas ellas se seleccionaron de libros infantiles. Esos malos comportamientos se podrían clasificar en tres grupos: los que influyen negativamente en el bienestar del otro: quitar bienes y utilizar la violencia con los amigos, los que no se adecuan a las reglas sociales: sacarse los mocos con los dedos y comer de forma descuidada, y los que perjudican a las plantas: pisar una flor y grabar dibujos mediante una navaja en el tronco de un árbol.
Explica Villarroel que “en las entrevista puso a los niños y niñas ante un dilema; es decir, los situaba ante dos comportamientos malos, y debían elegir el peor. Se les planteaban dos tipos de dilemas: en uno debían elegir entre romper las normas sociales o influir en el bienestar de los otros; y en el otro, romper las normas sociales o hacer daño a las plantas.
El pensamiento moral y el mundo de las emociones
En opinión del investigador, los resultados del trabajo han sido interesantes. “En la primera parte, las respuestas han sido las esperadas. De hecho, muchos niños y niñas, especialmente los de menor edad, no son capaces de diferenciar los seres vivos de los no vivos; por ejemplo, les cuesta mucho entender que un árbol es un ser vivo, y, sin embargo, tienden a creer que los coches y las motos tienen vida”, ha explicado Villarroel. Por lo visto los niños y niñas relacionan el hecho de ser vivo con el movimiento.
En la segunda parte, los resultados le han parecido más llamativos, ya que ha detectado una ‘paradoja’. Al parecer, los niños y niñas creen que perjudicar a otro niño o a las plantas es más reprobable que romper las normas sociales, “también en los casos en los que piensan que plantas no son seres vivos”. Es decir, no saben con certeza si la flor es un ser vivo; pero les parece mucho peor pisar una flor que tomar la sopa de manera inadecuada o meter los dedos en la nariz”.

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